domingo, 20 de noviembre de 2016

Princesas [16]




Nunca me imaginé que fuera a tener tanto éxito.
No se habla de otra cosa en el colegio, por lo menos en primaria.
Ahora la que manda en el juego es Kathy,  y esa soy yo.

El Salón de París ha sido todo un “hit”, como dice mi mamá, cada vez tenemos más clientas.
Niñas de otros cursos quieren venir a jugar con nosotras y ya no damos abasto.
Me tocó poner dos niños en la puerta del kiosko por seguridad.

Diego y Orlando se encargan de controlar el acceso, son los más grandes, también los más bobos, pero les gusta jugar con nosotras porque les pagamos con pancachos.
Mi mamá me dejó traer algunos juguetes de la casa y lo mismo hicieron Mariana, Catalina, Paula, Francisca, Maya y Carolina. Jugar al salón de belleza con maquillaje imaginario no tiene ninguna gracia.

No solamente hacemos peinados y trenzas, ahora estamos haciendo maquillaje y uñas. El problema es que nos toca limpiarnos la cara antes de regresar al salón porque la profesora no nos deja entrar así. Claro, ella sí puede estar con la nariz empolvada pero nosotras no podemos, no es justo.

La gordita Beatriz se quedó sin amigos para jugar, ahora todos vienen al salón. El único que sigue firme como buen perrito guardián es Oscar, su escolta. Ahora se la pasan merodeando por el kiosko, jugando por ahí cerca. Me dio pesar con ella, la invité a entrar para hacerse una trenza, se la haré yo misma.

Pero no la dejé entrar así como así, primero tuvo que hacer fila, como todo el mundo. Para que vea que yo también puedo organizar bien las cosas, incluso mejor que ella. Le expliqué a mis guardas que aplicaran la tarifa convencional. Todo el que quisiera entrar al salón, debía traer un pancacho.

Como la estrategia empezó a funcionar tan bien, le puse precio a las actividades. Un pancacho para poder entrar, dos para poder sentarse a peinado, y tres para la sesión de maquillaje, los polvos y brillantinas son costosos, ni más faltaba.

Le pedí a mis guardianes que le aplicaran a Beatriz la tarifa preferencial. Dos pancachos por entrar y ocho para poder sentarse en el salón. La gordita Beatriz quiso revirar pero no le quedó más opción que aceptar. Ella es rica, que pague. Y yo soy la que mando, así funcionan las cosas.
La dejé haciendo fila afuera durante todo el recreo, bajo el sol intenso, con su bolsita de pancachos en la mano, se veía muuuy tierna. Me tomé la precaución de demorarme con mis clientas al interior, y le pedí a mis amigas que se tomaran su tiempo. No iba a dejar entrar a Beatriz así tan fácil, tenía que hacerme desear. La dejaría entrar en el segundo recreo, si acaso.

La atendí yo misma y empecé a hacerle la trenza. Me costó un poco más porque tiene el pelo quieto. Traté de no jalarle mucho el cabello y de hacerle una trenza digna de la reputación del Salón de París; a los enemigos se les trata con dignidad. Ella no habló durante unos minutos, pero antes de terminar, con tono resentido, dijo:

ーTarde o temprano las niñas se van a cansar del salón y volverán a jugar conmigo. Además, tengo un plan para convencerlas.

Su plan no podía ser otro que convencerlos a todos a punta de regalos o de comida, de lo contrario nadie se iría a jugar con ella de nuevo. Qué pereza volver a jugar al papá y a la mamá, sobre todo si ella es la que manda y decide quién se casa con quién. En ese momento pensé en Aura Cristina en su novela “La Potra”, y pensé cómo reaccionaría ella ante esta situación. Fue cuando se me ocurrió darle la estocada final y le respondí:

ーVoy a organizar un concurso de belleza para escoger la princesa del año, los niños serán los jurados. Lástima que las princesas no sean gorditas, hubieras podido participar.




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