miércoles, 30 de noviembre de 2016

María Planetario: [20]


Querido diario, hoy es un día triste.
Me llamo María José, cumplí 8 años hace unos días.
No sé si estar triste por la muerte de Fidel Castro o por el avión que cayó con todos los jugadores de Brasil. Me parece que ese señor barbudo era bastante viejo para ser el director técnico de un equipo de fútbol.


Me gusta llamarme María José porque mi mamá me puso ese nombre, aunque la mayoría de mis amiguitos me dice “Majo”. Majo suena a “magia”, me gusta. Me gusta también la vista que tengo desde mi cuarto.


Vivimos en el piso 35 de las torres de la plaza de toros, puedo verla aquí abajo, y cuando está muy despejado, puedo ver el nevado del Tolima y el nevado del Ruíz. Siempre he querido ver mi colegio pero no alcanzo, ni siquiera con los binoculares de mi padrastro.


En mi casa vive Tatiana, mi hermana grande, Josefina, mi hermana media, mi padrastro, mi mamá, la empleada, mis peluches, y yo. Tatiana ya está en la universidad y se la pasa con su novio. Están estudiando dos carreras al mismo tiempo y no les queda casi tiempo para estudiar ni la una ni la otra porque se la pasan en la casa acostados en el sofá viendo series en Netflix. Cuando nos vamos de paseo los fines de semana, Tatiana nunca nos acompaña, prefiere quedarse con el baboso del novio a salar la casa, eso dice mi mamá. No me imagino a mi hermana con el salero en la mano pasándolo por todos los muebles de la casa.


Josefina es mi hermana media, estudia en otro colegio, en el centro. Mi colegio es en Chía, a 35 km de aquí. El colegio de Josefina es a pocas cuadras del edificio, se puede ir caminando. Mi padrastro, aunque yo lo llamo papá, también puede irse caminando al trabajo. Casi todos los días se va junto con Josefina, salen muy temprano, como a las seis y media. Mi padrastro no es el papá de Josefina, ni tampoco de Tatiana. Mi papá de verdad viene por mí cada quince días, y en vacaciones largas estoy casi todo el tiempo con él.


Mi colegio queda muy lejos de mi casa pero a mí no me importa, me encanta subirme al bus de la ruta, jugar con mis amigas, conversar, mirar por la ventana, criticar a la gente, ver los animales, los árboles, las montañas. No tengo tiempo de aburrirme ni de dormir, como la mayoría de niños que van en la ruta. Todos se echan a dormir cuando se suben, y se despiertan en el colegio. No entiendo por qué los niños son tan dormilones, las niñas no. Con las niñas todo es más divertido, los niños no saben hacer trenzas ni hacer dibujos con brillantinas, solo piensan en jugar fútbol.


En promedio, el tiempo de la ruta desde mi casa hasta el colegio es de una hora y media por la mañana y dos horas por la tarde. Por eso tengo que levantarme a las cuatro y media de la mañana para estar lista una hora después cuando pasa la buseta. Soy la primera estudiante que recoge la ruta y también la última que deja por las tardes. Me gusta ser la primera porque me puedo sentar donde yo quiera, claro que casi siempre escojo la misma silla, contra la ventana.


Si acaso el ascensor amanece dañado, me toca bajar las escaleras corriendo con mi mamá. Bajar 35 pisos no es tan agotador como subirlos, pero igual me mareo, y la buseta tiene que esperarme los diez minutos que nos demoramos bajando como locas, más otros cinco minutos mientras se me pasa el mareo, no voy a vomitar en la ruta como pasó la primera vez.


Entre las torres de mi casa y la plaza de toros, queda el Planetario Distrital. Es el mejor sitio del mundo. Tiene una esfera geodésica para ver películas del espacio en 3D, un museo, una biblioteca, un restaurante y sobre todo, un almacén de artículos intergalácticos, libros, muñecos, ropa, juegos y telescopios. Quisiera quedarme a vivir allí.


Mañana tenemos una salida con el colegio, vamos a ir al Planetario. Mi mamá me sugirió que me quedara en casa. Dijo que Crislaidy, la empleada del servicio, podía llevarme caminando y así podía evitar la ida hasta el colegio. No me convenció. Prefiero estar con mis amigas, irme en la ruta, llegar al colegio, regresar al Planetario, volver al colegio por la tarde, y regresar de nuevo a casa.  En el Planetario no estuvimos más de dos horas, y en la ruta, como era viernes, estuve casi seis.








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