domingo, 11 de diciembre de 2016

Plutónico. [23]


Plutónico. [23]

Martina-
Había una vez un niño muy lindo en el colegio, y había una vez una niña que se enamoró de él sin saber. Tenía el nombre más lindo de todos los niños y era un nombre que yo jamás había escuchado antes. Ese año había llegado entre los alumnos nuevos al colegio, y le tocó en mi curso. Se llamaba Elías, hermoso ¿no? Tenía nueve años, el pelo claro y liso, y la piel muy blanca y con pecas. Se la pasaba siempre solo, en su mundo, era muy tímido. Ese niño era mi amor plutónico, aunque yo, de ocho años,  no sabía lo que era un amor de esos. En el curso la profesora lo sentó en la última fila, en un pupitre para él solo (las mesas son de dos puestos), pero yo podía verlo sin mucho esfuerzo porque también estaba en la última fila, en la mesa de enseguida. A mi derecha, la gordita Beatriz, mi compañera de pupitre, la mayor barrera visual entre Elías y yo. Era muy grande y muy gorda y siempre ocupaba más de la mitad de la mesa y de la banca, aunque con su voz chillona, su pelo quieto y sus dientes salidos, ocupaba todo el salón.

Rafael-
Yo lo único que quería era jugar fútbol, día y noche. Si no estaba jugando fútbol estaba hablando de algún partido, y si no, estaba jugando en la tableta o en la tele algún videojuego. A mis nueve años ya había sido cuatro veces campeón mundial de clubes y cinco veces con la selección que yo mismo había creado con jugadores de diferentes equipos. Era invencible en los videojuegos, y en la cancha real, era un goleador poderoso. Me decían “Rafigol” en vez de Rafael, y a mí me gustaba. Mi ídolo era el mejor jugador del mundo, Cristiano. Todos mis goles los celebraba como él. Tenía la camiseta del club donde jugaba actualmente y tenía todas las camisetas oficiales de los clubes en donde había jugado. El problema era que todos mis amigos también querían ser como yo, mejor dicho, querían ser como Cristiano.

Martina-
Cuando Elías se ausentaba, me enfermaba. Como si no fuera suficiente tenerlo al lado en la clase, durante el recreo, trataba siempre de ubicarlo y verlo de lejos, discretamente. Cuando alguien me decía que estaba jugando con otras niñas, me temblaban las piernas.. Empezaba a sentir un mareo ligero que poco a poco iba aumentando, y la palidez empezaba a apoderarse de mi piel. Yo trataba de hacerme la loca, como si nada hubiera pasado. Como si pudiera soportar un recreo completo sufriendo su ausencia. Mis amigas me compartían su comida para que retomara alientos, aunque en realidad ninguna imaginaba lo que sentía por dentro. ¿Cómo explicarles que sentía un agujero en el estómago tan grande que podía pasar la Vía Láctea completa sin siquiera tocar los bordes? ¿Cómo explicarles que mi razón de respirar tenía nombre propio? ¿Acaso alguien se daba cuenta o entendía siquiera que el amor era el combustible de mi humanidad?

Rafael-
Un día, el gordito Durán no vino al colegio y quedamos sin un defensa para disputar la final de la Champions League de cuarto de primaria. Le pedí a Elías, que se la pasaba solo como un champiñón caminando por cualquier parte, que fuera nuestro defensa central en reemplazo de Durán, que nos salvara la vida, y aceptó. Le expliqué que no tenía que hacer nada más que quedarse quieto como una estatua en el punto penal, y esperar a que el equipo contrario estuviera en el área, y hacer estorbo, mucho estorbo, eso era todo. Elías resultó siendo mejor defensa que el gordito Durán, que corría detrás de la pelota como un pastor alemán. Otra cosa buena de haber traído a Elías a nuestro equipo era que teníamos a las amigas de Martina de espectadoras. Yo quería que Kathy me viera jugar. Me gusta Kathy, no sé porqué, pero es la única niña del colegio que me gusta. Quizá porque viene de Bogotá y habla diferente a todas las caleñas, quizá porque tiene el pelo largo. Yo creo que es su manera de ser, parece una niña mucho más grande que todas las demás. Me dí cuenta que la operación era la siguiente: Kathy anda con Martina y las otras niñas, Martina anda siempre cerca de Elías, Martina está enamorada de Elías, Elías anda como un champiñón, y yo quiero que Kathy me vea jugar. Fácil, de ahora en adelante Elías juega en mi equipo, ya lo decidí.

Martina-

Creo que a Kathy le gusta Rafael. Desde que invitó a Elías a jugar fútbol en reemplazo del gordito Durán, la veo feliz haciendo barra por su equipo. Él siempre la mira cuando hace gol y ella siempre le sonríe. El que nunca me mira es Elías, bueno, hay que decir que nunca hace gol, a duras penas se mueve alrededor del punto penal. Es duro tener un amor plutónico. Vivir en un eclipse de sol constante, sin que sus ojos se den cuenta que para mí, su sonrisa es como el astro que ilumina mis días en el colegio. Y en eso se convirtieron todos nuestros recreos, en ir a la cancha a verlos jugar, hasta que de repente Elías se ausentó una semana entera, no sé porqué, y el sol no volvió a salir en mi vida. Dejé de comer, dejé de hacer tareas, dejé de ir a la cancha de fútbol, dejé de ver televisión, dejé de peinarme, dejé todo tirado durante esa semana. Cuando sentí que había tocado fondo y que esa pena no iba a llevarme a ninguna parte, decidí cambiar de amor plutónico, y empecé a interesarme por Rafael.

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