martes, 25 de julio de 2017

La piedra del charco [32]




Mi abuelo y mi abuela se conocieron en una piedra.


Me gusta acompañar a mi abuelo viendo televisión y a él le gusta leerme cuentos en la cama antes de dormir. Siempre imita los ruidos de los animales y personajes de cada historia. Quiere hacerme reír todo el tiempo. Sus brazos son largos y peludos. Cuando llego del colegio, me lanza al aire y me pide que abra los brazos como un avión. Me gusta sentir cosquillitas en el estómago. Sus manos son mucho más grandes que las mías y tiene pecas en la piel, como yo. Una sola de sus manos es más grande que dos de las mías, me pregunto si yo seré igual de grande a él. Cada vez que se lo pregunto, me responde que lo importante es crecer por dentro, y yo le respondo que no quiero inflarme como un balón y parecerme a la gordita Beatriz, la niña cansona de mi clase, la que tiene los dientes salidos y el pelo quieto.


Un domingo por la tarde se reunió con sus amigos bajo el caucho de la plaza sin saber que el rumbo de su vida iba a cambiar en pocas horas. Quiero dejar esta historia por escrito porque mi mamá dice que está perdiendo la cabeza y que pronto no reconocerá a la abuela cuando la vea en las fotos que decoran toda la casa. Así que presten mucha atención, no me hagan repetir.


Cuando mi abuelo llegó a la banca donde se reunía con sus amigos bajo la sombra del árbol de caucho, uno de estos, el fotógrafo, le contó que la hija del panadero había recibido la visita de sus primas de la capital, y que sabía que estarían en el río, cerca al charco de la piedra, porque las vio caminando calle arriba, y dijo que iban muy ligeras de ropa. No me queda muy claro el concepto de “ligeras de ropa” del siglo pasado sabiendo que estamos hablando de los años 30, eso dice mi abuelo, cuando mostrar los hombros era un pecado que debía redimirse con veinte rosarios y cuarenta padres nuestros, en ayuno, claro, eso dice mi mamá.


Mi mamá es una “community manager”. Si no sabe lo que significa, busque en Google, ahí está todo. Se la pasa todo el tiempo por fuera, trabajando, en reuniones, tomando fotos, grabando videos, en eventos y celebraciones y escribiendo muchos artículos para varios blogs. A veces sale en las fotos de la sección Sociales del periódico. No es que yo me dé cuenta de eso, es que ella me cuenta cuando de vez en cuando resulta en una foto del domingo. Se mete emocionada entre mi cama y me despierta con la noticia. Inmediatamente yo brinco del colchón, corro a la cocina, agarro las tijeras del cajón, y recortamos la fotografía y la metemos en la carpeta donde las coleccionamos. Ella tiene la costumbre de comprar dos periódicos el domingo, uno para rayar, recortar y completar el sudoku (si no sabe qué es sudoku: Google), el otro para dárselo a mi abuelo, que lee hasta los edictos (ya sabe dónde buscar qué es un edicto). Yo solo leo las tiras cómicas, Calvin y Hobbes, Mafalda, Mandraque, Garfield, Condorito, Lorenzo y Pepita, Snoopy, Olafo el vikingo. Mi preferida es Calvin y Hobbes. El tigre es, sencillamente, lo máximo.


Quizá por eso soy la preferida de Maria Elena, la profesora de español, porque sé escribir mucho mejor que todos mis compañeritos de clase. Ella dice que podría ser periodista, escritora o poeta. Yo solo quiero ser Community Manager, como mi mamá, para tomar muchas fotos, hacer videos, subirlos a las redes sociales, aparecer en la gaceta dominical y todo eso. Todo se lo debo al periódico, o mejor dicho, a la pasión de mi abuelo y mi mamá por la prensa. La prensa es un aparato que inventaron los alemanes, vaya a Google si quiere saber la historia, es apasionante. Y como me la paso escribiendo todo en mi diario, pues me queda muy fácil contar historias. A veces me las invento, a veces solo cuento las cosas que pasan en el colegio, y cuando la gordita Beatriz o Katy se ponen pesadas conmigo, las destrozo en mis propios cuentos y ficciones.


Mi abuelo pidió entonces una ronda de cerveza para él y sus amigos en la panadería La Cigarra cuando el amigo fotógrafo le anunció que las muchachas habían ido al río. Dijo que eso había que celebrarlo y aprovechó para hacer una promesa frente a ellos, les dijo: esta tarde hablaré con Gloria, y le pediré que sea mi novia. Los amigos se burlaron a todo pulmón, ignorando que la noche anterior había tenido la oportunidad de cruzarse con ella en la panadería. Así que con una gran sonrisa, salió del local con seis cervezas frías en las manos, y las compartió con ellos. Vayamos al río después de esta ronda, dijo, nos llevamos las guitarras y les damos una serenata improvisada. ¿En pleno río? Preguntó el médico. En pleno charco, respondió mi abuelo.


El domingo es el mejor día de la semana, puedo estar con mi mamá todo el día ya que durante la semana, incluso los sábados, está trabajando. Después de despertarnos, desayunamos en la cama, leemos el periódico y nos alistamos para acompañar al abuelo a la misa de las diez. Es aburrida la misa, pero a mi mamá le gusta acompañar a su papá y a mi me gusta acompañarla a ella. De ahí, nos vamos a almorzar, generalmente vamos al club del barrio, donde hay una piscina y la comida es deliciosa. Mientras está listo nuestro pedido, me voy a nadar y mi mamá se queda conversando con él. Al salir de ahí, dejamos al abuelo haciendo una siesta en la casa y nos vamos a cine de tres de la tarde. Terminamos el día comiendo helado y regresamos a casa para acompañar al abuelo y contarle la película.


Es el mejor día de la semana porque durante los días de colegio, no la veo casi nunca, trabaja mucho. Me prepara el desayuno, huevos fritos, fruta picada, pan tostado, café con leche. Me peina cuando termino de vestirme, me hace siempre una trenza, aunque tenga el pelo mojado. Dice que voy al colegio para aprender, no para lucir el pelo pasándolo de lado a lado como hacen las niñas que llegan en camionetas grandes con chofer y guardaespaldas. Ella termina siempre de vestirse a las carreras y salimos a la esquina de la casa a esperar el bus que me recoge. Nos quedamos siempre de pie, y ella se agacha para quedar a mi altura y poder hablarme al oído. Todos los días de colegio nos encontramos los mismos con las mismas en la parada del bús. Algunas empleadas de servicio, algunos papás y algunas mamás acompañan a los niños. Ninguno es de mi colegio. Todos los adultos, celular en mano, se pasan el tiempo mirando la pantalla, la cabeza inclinada, como desnucados. A veces el bús llega, abre la puerta y los adultos ni se dan cuenta. Mi mamá hizo una promesa conmigo, no mirar su teléfono, ni por las mañanas cuando me acompaña en la parada del bús, ni los domingos. Mejor dicho, en ningún momento cuando estamos juntas. Es su manera de dedicarme toda su atención el poco tiempo que puede estar conmigo.


Cuando el abuelo y sus amigos llegaron al charco del río, se llevaron una gran sorpresa. No solo estaba Gloria, con su hermana Teresa la bailarina y su prima Irene, la hija del panadero, sino que estaba Estela, la hija del alcalde, y Bellatriz, la hija mayor del boticario, que de “bella” no tenía nada, sólo el nombre, decía mi abuelo. Y estaban todas sobre la piedra, tomando el sol. Al verlas trepadas sobre la roca monumental que colgaba en voladizo sobre el charco como un balcón prehistórico, cruzaron el río por el rápido ya que era el único lugar donde el agua no los mojaba más arriba de la cintura, y así poder llevar sanas y secas las guitarras y las maracas. Se instalaron frente a la piedra, desenfundaron sus instrumentos, y mi abuelo, con toda la potencia de su voz, a manera de anuncio, clamó al público femenino: “en respuesta a los dioses, quienes esta tarde han dejado caer los ángeles del cielo y los ha posado sobre esta piedra, queremos ofrecerles esta humilde serenata”. Tan pronto empezaron a tocar, las sonrisas sobre la roca resplandecieron con tal fuerza que, por un momento, el sol quedó opacado, hipnotizando a los músicos.


Y esta es la foto que está enmarcada sobre el televisor de la sala, donde se vé al abuelo tumbado sobre la piedra, vestido de pantalón oscuro y camisa blanca, bigote impecable, piernas dobladas y los brazos cruzados detrás de la cabeza, con una sonrisa de oreja a oreja, mirando el daguerrotipo (consulte la web si no conoce este término). Mi abuela se ve con una sonrisa natural, de plena felicidad, pura y hermosa, con su vestido oscuro, tumbada a su lado sobre un chal de flores, las piernas estiradas y su mirada se dirige al cielo, observando el futuro, quizá. El amigo fotógrafo inmortalizó el momento. Cuando la serenata terminó y sonaron unos pocos aplausos, las chicas se metieron al agua, dejando a solas a Gloria para que pudiera hablar con Arcesio, mi abuelo. El amigo fotógrafo los sorprendió instalando el aparato y capturó el instante donde todo comenzó entre ellos. Acto seguido, se quitó la camisa y para dejarlos solos, saltó al agua. Si les ha gustado la historia y quieren saber lo que pasa después, pueden enviarme un email a: mariapauliladivina@mail.com, o enviarme un mensaje a través de mi cuenta en Instagram, Facebook, Twitter o Snapchat.








No hay comentarios.:

Publicar un comentario