sábado, 1 de julio de 2017

Interregno [31]

Tranquilos, que no panda el cúnico, como dice El Chapulín Colorado.
Yo tampoco sabía qué diablos significaba esa palabra hasta que busqué en el diccionario.
Porque no les he contado, pero soy el más rápido de la clase para buscar palabras en él.
Esta semana la profesora hizo otro concurso, y volví a ganarme el arequipe. El gordito Durán se puso furioso una vez más, pero no me importa, no voy a dejar que gane.

Interregno: período de tiempo en que un estado o país carece de soberano.

Y eso fue lo que ocurrió el viernes por la noche, fue una fiesta loca, tiramos la casa por las escaleras, como diría Doña Ofelia, mi vecina.
Mi papá estaba de viaje de trabajo y no regresaba hasta el domingo, le pedí un carro a control remoto, espero que me cumpla. Mi mamá, creo que se fue al cumpleaños de una amiga de infancia, una de esas señoras gorditas y emperifolladas que ya casi no puede caminar.

A las cinco de la tarde me avisó que iba a salir esa noche y que no me preocupara, que antes de las doce estaría de regreso, cosa que dudé desde un principio, y que Lola y su verruga en la punta de la nariz se quedarían para cuidarme.

Lola me cae bien, fuma mucho, pero me cae bien. Le dije que quería hacer una fiesta, y que le podía pagar unos cuantos miles si me daba permiso. Revisamos la alcancía, tenía más de veintemil pesos. Negociamos diez mil, incluido el aseo después de la fiesta. Aceptó.

Salí en mi bicicleta a gritarle a los cuatro vientos que había “foforro” en mi casa a partir de las siete. Bueno, no fue a los cuatro vientos, no queríamos que se llenara la casa de niñas feas, gordas y aburridas. Ah, se me olvidó contarles, mi mejor amigo se llama Guillermo, y tiene un serio problema con su nariz: está enamorado de ella, literalmente, pero su bicicleta es super chévere, por eso somos muy amigos.

Guillermo viene entre semana a practicar conmigo los pasos de baile. Se para frente al ventanal de la sala a ver su reflejo y empieza a dar patadas y puños de karate al aire. Cuando se cansa, se sienta en el sofá y yo le explico cómo se baila el merengue. No le enseño a bailar salsa porque creo que su cerebro haría un corto circuito y no tendría con quien montar durante horas en bicicleta. Quiere ser tan buen bailarín como yo. De hecho, creo que quiere ser como yo en muchas cosas, pero le va a quedar un poco difícil. Yo soy rubio, él es trigueño. Ah, y se me olvidó contarles que la nariz se la operó para que le quedara igual a la mía, respingada y delgada. Hay que decir que yo no me fijo en mi nariz, repito, yo nunca me fijo en mi nariz, pero a él le quedó muy bonita después de la operación.

Maribel, la gordita, la de dientes grandes y relucientes, la que huele dulce, la mejor amiga de todas las niñas de la unidad residencial, y sobre todo, la guardaespaldas de mi amor platónico, Liana. Maribel vive en diagonal a mi casa, frente a Lucelly, la de piernas de sirena y nalgas respingadas. Me encanta bailar con Lucelly, ya fuimos novios varias veces, pero ahora mi corazón es de Liana. El problema con Liana es que tiene un hermano, Lucas, y siempre quiere estar con nosotros en todo, es un sapo.
Liana es la niña más bonita de la unidad y de la ciudad, es rubia, delgada, de ojos claros, labios gruesos, parece una princesa sacada de un cuento de hadas. El problema es que es más alta que yo, no mucho, pero lo suficiente, será porque es mayor que yo, unos pocos meses, no sé, no le he preguntado. Solo sé que va un año más adelante en el colegio. Nos cruzamos todos los días en la portería, esperando el bus del colegio. Hola, es lo único que nos decimos, y es la única oportunidad que tengo de verla en el día. Cuando llega el fin de semana, a veces sale a la zona de los juegos y se reúne con Melanie, su otra chaperona, se la pasan hablando horas al ritmo del vaivén de los columpios.

Así que me fui en busca de Guillermo para que me acompañara a organizar la “furrusca”. Cuando llegué a su casa, subí las escaleras y me lo encontré en su habitación haciendo lagartijas, quería estar en forma para esa noche, me dijo. Al verme vestido con un polo, se quitó la camisa y se puso un polo también. Salimos en las bicicletas por toda la unidad en busca de nuestros amigos y amigas. Felipe, Julián, Raúl, Alberto, Tomás, Fernando, y por otro lado, Lucelly, Jessica, Paola, Claudia, Sandra, Viviana y por supuesto, Maribel. Cuando fui a invitar a Lucas con la única intención de que fuera su hermana Liana, me llevé una sorpresa. Me la encontré a ella saliendo del edificio.

Se me fue la voz, me temblaron las piernas, y por un momento pensé en dar media vuelta y salir corriendo. Ella me preguntó si estaba buscando a su hermano y me obligó a hablar, así que le dije que quería invitarlo a mi casa a una pequeña fiesta improvisada. Le sugerí que viniera también con su amiga Melanie y ella me preguntó si Mauricio estaba invitado, me tocó decirle que sí.

Mauricio es mi vecino, y creo que es el amor platónico de Liana. Es más grande que yo, y con eso basta. Fuimos muy buenos amigos hasta que pasó a bachillerato y de repente nunca quiso volver a jugar conmigo. Si quería que fuera Liana a la fiesta, no tenía opción, tenía que invitar a Mauricio, y de paso, al pesado de su hermano, Leonardo.

Corrí todos los muebles de la sala para abrir la pista de baile, y alisté todos los vinilos de merengue. Mientras llegaba la gente, subí el volumen del equipo de sonido y saqué la gaseosa y las papitas fritas que Lola había traído de la tienda. Algunos empezaron a llegar, y se fueron sentando muy tímidos. Mientras tanto Guillermo y yo jugábamos a deslizarnos sobre el piso con los largos cojines del sofá. Ah, se me olvidaba contarles que Guillermo, cuando me vio vestido de camisa azul, fue corriendo a su casa a ponerse una camisa, y me reprochó no haberle contado que me iba a cambiar el polo.

Maribel rompió el hielo y puso a todo el mundo a bailar, sobre todo a mí, no me soltó durante tres canciones. Yo prefiero bailar con Lucelly, es delgada y se deja apretar. Maribel también se deja apretar pero no es lo mismo bailar con un camión. Cuando Liana entró con su amiga, buscaron sentarse de manera que pudieran controlar la puerta y esperar el momento en que Mauricio apareciera.

Durante una canción todos bailamos al mismo tiempo, éramos siete parejas. Liana se quedó sentada, sola, nadie se atrevía a invitarla. Me llené de coraje y dejé a Lucelly en mitad de la canción para invitarla a bailar conmigo. Las piernas me temblaron y creo que perdí el ritmo por un momento. Cuando empezamos a bailar sus caderas se menearon al contrario de las mías, y creo que nos veíamos bastante ridículos a juzgar por la sonrisa de Lucelly.

Tenía que decirle algo, preguntarle algo, hablarle,  romper el hielo, hacerla reír. La apreté buscando conversarle al oído y le pregunté si quería conocer mi cuarto. Para mi sorpresa mía, dijo que sí.

Cuando se acabó la canción, cambié el vinilo en el tocadiscos, los dejé a todos con una canción larga de más de diez minutos y la llevé a mi habitación, que era la puerta contigua. Como no había dónde sentarse, la invité a que se sentara en mi cama y le pregunté si quería jugar “Batalla Naval”, no se me ocurrió nada más. Ella dijo que sí, otra gran sorpresa.

Así que saqué la caja del baúl de los juguetes y cuando empezaba a armar el tablero, entró Mauricio a la habitación. Ella se paró, y como si tuvieran algo muy importante que hablar en privado, salieron de la casa. Yo seguí poniendo música, bailamos una hora más las mismas canciones, nos tomamos toda la gaseosa y nos comimos todas las papitas con salsa rosada. Lola los echó a todos a las once y se puso a limpiar y a organizar.


Nunca olvidaré esta noche, fue la única oportunidad que tuve de estar cerca de Liana, tocar sus manos bailando y hablarle al oído. El lunes siguiente, de madrugada, tendría la oportunidad de decirle hola de nuevo, antes de subirme al bus del colegio.

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