lunes, 23 de enero de 2017

Pobre y rico [28]



Mi papá era muy pobre.
Para llegar al trabajo, debía levantarse a las 4:30 am, se tomaba la aguapanela que mi mamá le dejaba en una olla sobre la estufa y caminaba calle abajo hasta llegar al lugar donde el bus empezaba su recorrido.. El trayecto en bus, incluido en articulado, era de casi dos horas. Llegado a la estación, debía caminar otra media hora calle arriba, a buen paso para no llegar tarde, la entrada era a las siete cero cero. En la mitad del recorrido hacía una parada para comerse una empanada con un tinto caliente a manera de desayuno. Al regreso, pasadas las cinco de la tarde, podía demorarse más de dos horas haciendo el mismo trayecto. Total, más de 4 horas diarias metido en el transporte público y una hora caminando.


Mi papá era muy rico.
Se levantaba sobre las 8:00 am. A esa hora, mi hermana y yo ya estábamos en el colegio, así que nunca lo veíamos por la mañana. La empleada del servicio le preparaba el desayuno y se lo servía en el comedor auxiliar junto con el periódico. A las nueve, el chofer calentaba el motor del carro que no tuviera pico y placa y le abría la puerta a mi papá para que pudiera seguir leyendo el periódico. El trayecto duraba media hora, bajando por La Calera, y llegaba al centro financiero en la Avenida Chile antes de las diez. Se bajaba en la esquina y compraba una caja de donas para acompañar el café con amaretto. Mientras tanto el chofer ponía las luces de parqueo y obstaculizaba el tráfico en hora pico. Los policías que pasaban por ahí nunca lo molestaron porque se trataba de una camioneta blindada. Se volvía a subir al carro y lo dejaba frente al ascensor, en el parking del sótano del edificio de la bolsa de valores.


Mi papá pobre era alto, de huesos pesados y manos grandes. Sus brazos eran largos y su espalda ancha. Hubiera podido ser un buen jugador de basket. Su piel trigueña acompañaba sus ojos oscuros y tímidos. Su pelo era negro. Su nariz, afilada y prominente, cubría unos labios pequeños que guardaban unos dientes blancos que dejaba ver con frecuencia por su manera natural de sonreír. Su atuendo de trabajo era ropa incómoda, pantalón y camisa de dril color verde con rayas fluorescentes, gorra con solapa sobre la nuca, botas tipo militar, guantes gruesos y tapabocas. En la cintura llevaba bolsas plásticas de varios tamaños como si fuera una falda, y en la espalda siempre llevaba colgado su inseparable morral con una botella de agua y el contenedor con el almuerzo que mi mamá le dejaba siempre listo junto a la aguapanela sobre la estufa. Mi padre era barrendero, ganaba el salario mínimo, menos de 300 U$.


Mi papá rico era bajito, de piel muy blanca, cachetes inflados y dientes pequeños y separados. Su barriga era prominente y tenía poco pelo, por lo que sufría mucho con el sol capitalino, y además, por sus ojos claros, siempre buscaba la sombra. En el colegio nunca fue bueno en los deportes, gracias a sus rodillas un poco juntas y sus brazos cortos, no podía decirse que gozara de un cuerpo atlético, quizá por eso se dedicó a cultivar su intelecto y a encerrarse por horas en la biblioteca. Su ropa de trabajo era siempre la misma, pantalón y chaqueta oscura, camisa blanca, corbata escarlata, zapatos marrón. En la cintura, al lado izquierdo, llevaba siempre el estuche con su lápiz portaminas y su estilógrafo con tinta morada, y, al lado derecho, dos estuches compañeros con dos teléfonos celulares. En los bolsillos interiores de la chaqueta, la billetera y el estuche de las gafas. El almuerzo, cualquier restaurante fino del sector, en compañía siempre de amigotes del trabajo. Mi padre era corredor de bolsa, se ganaba 10 centavos de dólar por minuto, les dejo hacer los cálculos.


Mi papá pobre nos amaba a mi hermana y a mí, decía que vivía y trabajaba para nosotros. Siempre fue muy cariñoso, nos envolvía en sus enormes brazos antes de acostarnos y nos daba un beso en la frente. Mi mamá era una ama de casa y trabajadora incansable. La casita, aunque modesta, siempre estaba reluciente. Mi papá la despertaba cuando salía temprano por la mañana con un beso en la frente y ella se levantaba a preparar los desayunos y a alistarnos para ir al colegio. Luego hacía almuerzos que vendía por encargo a los empleados de los comercios de la avenida, a veces diez, a veces quince. Con eso juntaba algo de dinero para ayudarle a mi papá con los gastos. Todos los viernes, sin excepción, iba hasta el trabajo de mi papá a llevarle un almuerzo hecho por ella, y lo acompañaba un rato durante su descanso de mediodía. Mi papá trabajaba el sábado hasta la una, y por la tarde, cuando llegaba a casa, nos llevaba al parque a jugar fútbol o a elevar la cometa. A veces comíamos helado. Los domingos, trabajaba de jardinero al norte de la ciudad, y se esforzaba por llegar antes de las tres de la tarde para poder compartir con nosotros el resto del día.


Mi papá rico llegaba a la casa después de la nueve de la noche, cuando ya estábamos dormidos mi hermana y yo. Entre semana lo veíamos escasamente, no sabíamos mucho de su vida ni él de la nuestra. Mi mamá no trabajaba y se la pasaba con las amigas en sus casas o haciendo compras, así que las tareas las hacíamos solos, la mayoría de las veces en casa de nuestros vecinos. La mamá era una señora italiana. Sus dos hijos mayores estaban en nuestro colegio, y ella se la pasaba en la casa cuidando el bebé. Una vez al mes, nos íbamos todos para la finca, mi papá invitaba a los vecinos con la familia completa, la niñera, el abuelo y la empleada del servicio de ellos, para que nos atendiera. Era la ocasión para hablar de lo ocurrido en la semana y mis papás se enteraban de ese modo lo que había sucedido en nuestras vidas, tanto en el colegio como en la vida social de nuestra gran unidad residencial. Mi papá se la llevaba muy bien con el papá, un señor grande y rubio, de ojos claros, que trabajaba sin salir de la casa, en un cuarto que había acondicionado a manera de oficina. Era la manera como mi papá y mi mamá agradecían a los vecinos su especial cariño por cuidarnos todas las tardes de colegio. Los otros fines de semana en la finca, cuando no estaban los vecinos, era para morirse de aburrimiento. Mi papá hipnotizado por la televisión viendo series, mi mamá encerrada en el turco o leyendo revistas de farándula frente a la chimenea.


Mi papá pobre siempre estuvo pendiente de nuestras tareas, nos sentaba junto con mi mamá en la mesa antes de cenar a revisar nuestros cuadernos. Nos decía que la educación era lo más importante, y que debíamos esforzarnos por ser correctos y tener una actitud siempre positiva, incluso ante una situación adversa e incomprensible.


Mi papá rico siempre estuvo pendiente de su teléfono ya que le daba toda clase de información respecto a su trabajo. Era como si el celular fuera su fuente de alegrías y desgracias, o como si fuera una batería exterior que mantenía su mente y su cuerpo siempre alerta. Si no estaba mirando su teléfono, estaba durmiendo.


Mi papá pobre fue atropellado por una camioneta blindada en la Avenida Chile un lunes por la mañana.


Mi papá rico murió en un accidente de tránsito, su camioneta fue chocada por un costado cuando un bus del SITP, al pasar a rojo el semáforo, aceleró su carrera en vez de frenar.


El choque fue tan violento que la camioneta se partió en dos y las puertas se abrieron para que mi papá rico saliera expulsado como una marioneta, con su periódico en la mano, dando vueltas por los aires. La Toyota, con su chofer todavía adentro, hizo varios trompos hasta llevarse por delante un pobre barrendero que estaba unos metros más adelante, sin tener la culpa de haber nacido y encontrarse justo en ése momento en aquel preciso lugar de la ciudad. El choque fue tan estruendoso que me desperté de repente, con el corazón palpitando como si fuera a estallar, y con la fuerte sensación de haberme orinado mientras dormía. No sé qué voy a hacer con ese problema. Ya estoy muy grande para hacerme pipí en la cama.





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