Mi mamá es una rubia atómica. Les explico.
Su medidas son: 110-75-110. Como diría mi abuela: “voluptuosa y generosa”.
No entiendo muy bien lo de voluptuosa, pero da igual. Cuando mi mamá llega a la casa, mi hermano pequeño ya está despierto desde hace media hora. Estamos hablando de las 4:30 de la madrugada. No sé si se dice a.m. (antes de la mañana) o p.m. (pasada la mañana). Cuando mi mamá llega, con su fuerte olor a cigarrillo impregnado en la ropa y en el pelo, mi hermano ya está con los ojos abiertos, sosteniendo su biberón. Es increíble, no tiene siquiera un año de nacido y ya sostiene el tete con sus dos manitas. Pero lo que es más increíble, según dice mi tío Pablo, es que mi mamá pueda treparse a los tacones que usa para trabajar. He tratado de caminar con ellos y la verdad es que no entiendo cómo hace para caminar, ahora mucho menos para bailar.
Mi papá es músico. Les explico.
Sus medidas son: 120-170-90. Como diría mi abuela: “un gordito simpaticón”.
A las cinco de la tarde se va para la Avenida, entre calles 57 y 63, al local de Don Rigo, a esperar que resulte alguna serenata. Cuando una camioneta grande se detiene y baja la ventana de vidrio oscuro, es buena señal, una tocata los espera. Después de una rápida negociación se suben todos a la van con sus sombreros mexicanos y sus pantalones ajustados. Se ven bastante ridículos con los pantalones apretados y la panza prominente en voladizo, pero esa es mi opinión y creo que a nadie le interesa en este momento. Como los sombreros son tan grandes, los tienen que dejar en la bodega de la camioneta. Las pistolas que cargan en su cinturón charro son de mentiras, me lo confesó mi papá, son imitaciones de plástico. En cambio los instrumentos son de verdad.
Mi papá toca las maracas y canta. Este es su trabajo, cantar rancheras y dar serenatas. Cuando terminan, la camioneta los vuelve a dejar en el local de Don Rigo y mi papá se va para el club caminando. El club es una discoteca donde sólo van hombres, mi papá es el que pone la música. Los meseros andan casi desnudos y usan las mismas tangas que mi mamá, seguramente el calor es insoportable, pero a mi papá eso no le molesta. Quise decir que usan el mismo tipo de tangas, no “las” tangas de mi mamá.
Mi mamá y mi papá se conocieron en un bar, un año antes de yo nacer. Él estaba con sus amigotes y ella con sus amiguitas. Las mujeres siempre andamos bien acompañadas, en cambio los hombres siempre andan con sus amigotes y sus malas influencias, eso dice mi abuela. Mi mamá no quería salir esa noche pero las amiguitas la convencieron, y si no hubiera sido por eso, yo no estaría escribiendo esto. Mi mamá dice que se enamoró de mi papá porque fue el único hombre del grupo de los amigotes que nunca la miró con ganas ni la invitó a bailar.
Se me olvidaba contarles que mi abuela, la mamá de mi mamá, vive con nosotros. Si no fuera por ella, mi hermano no hubiera podido nacer, pero eso se los cuento después. Volvamos a la noche aquella. La razón por la que mi mamá no quería salir esa vez era porque ella trabajaba, en aquellos tiempos remotos, de mesera en un lavadero de carros tipo americano. Les explico. Un lavadero de carros tipo americano es un lavadero espumoso, donde los carros son lavados por mujeres con poca ropa y pechos pronunciados. Lo de la espuma es por el jabón americano.
Mi mamá dice que mi papá no es un músico, y mi papá dice que mi mamá no es bailarina. Eso se dicen cuando pelean. Pero el amor que le tiene mi mamá a mi papá es alucinante y viceversa. Mi abuela dice que no entiende por qué, yo tampoco entiendo por qué ella dice eso. Mi mamá es una mujer trabajadora y mi papá es igual, eso es lo que exige la sociedad, y ambos son cariñosos conmigo y con mi hermanito. ¿Qué más se puede pedir? ¿Que se la lleven bien entre ellos? ¿Que sean una pareja ideal? Por cierto, mi nombre es Clara y tengo 9 años y un blog.
Esos son pensamientos típicos de mi tío Pablo, el hermano de mi papá, se me había olvidado contarles. Es mayor que él y también vive con nosotros, aunque se pasa el día entero en salas de cine y librerías. Mi mamá dice que es gay. A mi no me importa que sea generoso o tacaño como dicen ellas, y a eso se le suma mi abuela porque dicen que no colabora con los gastos de la casa. Mi tío Pablo tiene el pelo blanco pero no es viejo, es más joven que mi abuela pero tiene más canas. Es traductor, vivió en Holanda y en los “Estamos Unidos”, como diría mi papá para molestarlo, y vive de eso. Por las noches, se encierra en su habitación a traducir textos que recibe de no sé dónde y se los envía a no sé quién, en vez de dormir. Mi tío Pablo es sumamente amoroso conmigo y con mi hermano, aunque él no se da cuenta todavía. Cuando se va de viaje con su mejor amigo, siempre me envía una postal, y si acaso lo agarra diciembre por fuera de la ciudad, me envía una postal con un billete de regalo de navidad. Yo quiero mucho a mi tío Pablo, así mi mamá y mi abuela digan que no sirve para nada.
La famosa noche que mi mamá salió con sus amiguitas y mi papá con sus amigotes y se encontraron en la discoteca sucedieron muchos cosas buenas para ambos. A parte de que fue el día en que se conocieron, el rumbo de sus vidas iba a tomar otro camino, aunque ninguno de los dos supiera pocos minutos antes de cruzar la puerta de El Beso Gourmet, como se llamaba en esa época la discoteca. Les explico. Mi mamá era, como ya les conté, mesera en el salón VIP del lavadero de carros tipo americano. Hasta ahí vamos bien. No vivía muy contenta con ese trabajo pero se aferraba a él porque no lograba conseguir trabajo de bailarina, que era lo que realmente quería hacer, después les cuento ese pedacito.
Al lavadero de carros llegó un día un señor cualquiera, con una barrigota cualquiera, lleno de cadenas de oro colgando de su cuello. Todo esto me lo contó mi abuela, no crean que soy vidente. El famoso señor barriga era nada más y nada menos que el famoso dueño de El Beso Gourmet, un sitio nocturno de dudosa reputación donde muchas cosas extrañas pasaban en su interior. El hecho es que el señor fue a lavar su carro un día, y como casi todos los clientes, entró al salón VIP a refrescarse con un trago bajo el aire acondicionado. ¿Adivinen quién le llevó la botella y el vaso? Muy bien, ¡así me gusta! ¡atentos a la historia! Mi mamá nunca hubiera podido acordarse del señor barriga, pero el señor sí, les voy a contar todo, no se impacienten.
Mi mamá es “tremendo mujerón” cuando sabe ponerse sus cositas apretadas y sus tacones de tres pisos, y es imposible que pase desapercibida si a eso le sumamos el destello de su cabello rubio natural. ¿Qué era lo que hacía que mi mamá fuera una mujer tan especial en aquel entonces? Su manera de ser. Era la única mujer que se hacía respetar en su trabajo ya que nunca se la veía sentada en la piernas de los clientes. Había forjado una reputación inquebrantable que las demás meseras envidiaban. El señor barriga, como muchos otros, intentó conquistar a mi mamá, quizá ofreciéndole un collar de oro o un viaje al exterior, pero ella nunca cedió, con ninguno. Es una mujer de principios.
El señor barriga, pasado algún tiempo, resultó ser el propietario del lugar donde mi mamá y sus amiguitas y mi papá y sus amigotes se habían dado cita para pasarla bueno. Cuando vio en la barra el grupo de mujeres, les envió una ronda de licor de bienvenida y pasados unos minutos, se le acercó a mi mamá y le habló al oído. No sé si esto es exageración de mi abuela, pero ella me contó que en las discotecas, si uno no se habla al oído, no es capaz de entender lo que dice la otra persona. El señor barriga le explicó que la había visto trabajando de mesera en el lavadero de carros y que le había llamado mucho la atención su forma de ser. Dicho esto, le propuso que trabajara de bailarina en su negocio. Mi mamá al principio lo tomó como una broma ya que el “Pole Dance” no era precisamente su especialidad.
Cuando mi papá entró a la discoteca con sus amigotes lo primero que vio fue un grupo de mujeres en la barra y una rubia atómica con un arco iris alrededor de su cuerpo opacando a las demás. Se atragantó con el chicle y tropezó con el último escalón de la entrada. Sintió un hormigueo en su cuero cabelludo, recordemos que en ese entonces tenía algo de pelo todavía, y rayos y centellas recorrieron su agraciado cuerpo de arriba abajo. La música dejó de sonar, las luces se apagaron y el local completo desapareció con todo y clientes. No había nadie más que mi mamá y mi papá cruzando sus miradas. Y hasta ahí llegó el entusiasmo, porque mi papá no fue capaz de hacer nada cuando vio que el gordinflón le habló al oído. Conocía bien al señor barriga, era muy amigo de su jefe de aquel entonces. Mi papá era vendedor de máquinas de coser alemanas y lo había visto varias veces en el almacén hablando de negocios.
Lo que mi papá no sabía, era que el señor barriga le iba a proponer trabajo también a él. Estaba empezando otro negocio y necesitaba gente para completar su equipo. Se trataba de una banda de mariachis para dar serenatas en “delivery”. Todo esto se los cuento porque he podido juntar pedazos de historia contados por mi abuela, mi mamá y mi papá por separado. Nota bene: los términos anteriormente citados son fiel copia del lenguaje que utilizaron ellos.
Se me olvidó contarles que Trumpito acaba hacer un anuncio apoyando las protestas de supremacía blanca del KKK, luego desarrollamos este capítulo. No viene mucho al tema pero es que me llegan notificaciones de las redes sociales y es casi imposible pasarlas por alto, sobre todo tratándose de temas tan importantes como globales. Voy a tener que escribir desconectada de internet para no desviarme.
Retomemos el hilo. Esa noche mi mamá y mi papá recibieron una propuesta de trabajo de la misma persona, pero para cosas diferentes. El señor barriga le propuso a mi papá que fuera el conductor de la van que transportaba a los mariachis, necesitaba un hombre de confianza y sobre todo responsable, capaz de conducir sobrio toda la noche y hacerse cargo del manejo de los pagos y las propinas. Y a mi mamá, le propuso que fuera bailarina, ahí mismo, donde estaba con sus amiguitas. Bueno, no ahí mismo esa misma noche, no podía dejarlas solas, pero un poco más adelante. Yo me entiendo.
En el preciso momento que el señor barriga le hablaba al oído, pensó que rechazaría la propuesta de bailar en la barra, por muy buen sueldo que fuera. Nunca imaginó que, tras la insistencia de sus amiguitas y los sabios consejos de la abuela, iba a cambiar de opinión más adelante, es decir, algunas semanas después. Mi papá, por el contrario, saltó sobre la oportunidad y dejó de ser un simple vendedor de máquinas de coser a ser el chofer de una banda de mariachis. Era aburrido ser vendedor puerta a puerta y las serenatas nocturnas podían traerle a su vida la dosis de aventura que su existencia solicitaba a gritos por aquellos días, me lo contó mi tío Pablo, con esas palabras. ¿Casi una poesía no?
Pero no nos desviemos tanto, lo importante aquí es que mis papás se conocieron esa noche. Desde que él la vió no existieron más sus amigotes, y desde que ella lo vió, no existieron más sus amiguitas. ¿Linda historia cierto? Pero la cosa no se acaba aquí, ni más faltaba. Los amigotes se cansaron de insistir y se fueron a la parte posterior de la discoteca, a hacer cosas de adultos, esta parte no me la quiso contar nadie, ni mi mamá, ni mi tío, ni mi abuela, así que no puedo contarles qué carajos se fueron a hacer por allá atrás. Lo que sí sé, es que mi papá se quedó solo en la mesa, cuidando la botella de licor que habían pedido y moviendo la mano al compás de la música sobre su rodilla.
Mi mamá, por su lado, se quedó sola, haciendo lo mismo. Sus amiguitas pasadas de licor se habían apoderado de la pista de baile y no tenían intenciones de sentarse. Mi papá no miraba a mi mamá, y eso, a ella, le parecía muy extraño. Mi papá dice que la timidez lo paralizó y mi mamá cuenta que eso la motivó a sentarse a su lado y romper el hielo con una conversación. ¿Por qué mi papá no se fue con sus amigotes para la parte de atrás? Por mi mamá. Desarrollemos este detalle.
Mi papá no quiso que mi mamá pensara que él era como todos los hombres, sedientos de esas cosas de adultos, y prefirió darle importancia a ella, mandarle un mensaje, algo así como, hey, no creas que soy como ellos, yo creo en el amor, yo soy diferente, soy romántico, aunque no parezca. Y mi mamá pensó, hey, este buenmozo no es capaz de mirarme a los ojos, por qué estará tan triste en esa mesa, ¿será que piensa que estoy acompañada? Y después de varias canciones, decidió dar el primer paso.
Bueno, no voy a aburrirlos más con esta historia de amor, ustedes no están atentos, ya me di cuenta. Además ya me cogió el sueño, me voy a acostar, chao.